Anoche soñé contigo. Pero ya no estabas. Soñé que te recordaba en un sueño.
Soñé con aquella vieja casa en el campo, aquel puerto, el mar, los caminos pardos de tierra y espiga. Soñé que te recordaba porque ya no estabas.
Soñé con personas que nos conocían, personas a las que no conozco ya, ni nunca lo hice.
Soñé con colores y nostalgias, vientos de tarde y hojas marchitas.
Y soñé que paseaba por aquella tierra, la que fue nuestra sin que nadie se enterara, soñé con tus manos y tus labios. Soñé con nuestro secreto, compartido silencio.
Soñaba caminar, etérea, como se camina en los sueños, por encima de mis pasos, mientras recordaba en el sueño la noche en que dormimos en el ático de la vieja casa de tus padres. Sereno, sonriente, mientras la pálida luz de la noche te remarcaba el perfil y te convertía en la más hermosa de las criaturas a mis fascinados ojos. Siempre esa sensación, de no merecerte, de ser el más afortunado de los hombres por gozar de tu atención... aquella noche. Y ya no estabas.
Era un sueño de luto y pesar, de recordarte junto a los que te extrañaban pero ellos no sabían de mi y de ti, no sabían del nosotros. Yo charlaba, queda, menuda y con la sonrisa en pespunte. "Es una cría", decían a mi espalda, conociendo de sobra el doble filo de aquella daga. No me importaba. Ellos no sabían. Todos tenían parte de tu historia. Todos te recordaban con amor y camaradería. Pero ninguno supo nunca. Y en fingida comparsa y privado silencio junto a tus conocidos, yo callaba, oculta tras la rama, pequeña e insignificante. Porque nunca nadie supo, creo que ni siquiera yo llegué a saber lo mucho que pudiste amarme aquellas tardes de verano. Y mi corazón vagaba en mi sueño, desde mis recuerdos de ti hasta las ondas del mar, desde aquella casa hasta la cháchara y el homenaje.
Y así estaba yo, envuelta en mi privado duelo, cuando aparecieron tus padres.
Tu madre, silenciosa y conmovida, me abrazó a espaldas del mundo, y lloramos por ti, lloramos por nuestro corazón roto y por tu ausencia. Ni una sola palabra se prestó.
Y luego tu padre, con el rostro de otro tiempo, su pajarita roja, su cabello gris, sus temblorosas manos y el tono de tu misma voz, alzó la voz ante todos y sin mirar ni señalarme me dedicó unas palabras que no recuerdo bien, mi sueño estaba terminando, palabras de amor que nunca pudiste decirme, palabras de orgullo que nunca pude decirte.
Te fuiste y no te lo pude decir. Te fuiste y volviste anoche en sueños para poder decírmelo.
"Eres la más hermosa, especial y única. Estoy orgulloso de ti por ser como eres".
Y nadie supo allí que esas palabras eran tuyas, que eran para mi. Y la tarde caía, dorada y tranquila, mientras el mar me iba cubriendo despidiéndose de ti.
Y así, llorando y con el corazón descosido, desperté con la cara embebida en lágrimas de duelo por un adiós que no pude dar, por un abrazo que no pude sentir, por unas palabras que no podía saber que eran para mi.
Aquella casa, aquella tierra, aquel viento y aquel mar.
Soñé que soñaba.