jueves, 13 de marzo de 2014

Comunicación e Incomunicación



Hace diez años exactamente andaba yo copiando contenidos de un libro de informática.
Historia de Internet para lerdos, o algo parecido.
Andaba hasta las cejas, a ciegas y sin red, con mi trabajo de final de carrera.
"Comunicación e Incomunicación. Análisis sociocognitivo de la adaptación a Internet del ciudadano en la Sociedad de la Información". O algo así. Nadie ha podido leérselo del tirón y entenderlo.

Yo solo lanzaba una idea, con apenas un par o dos de autores entre manos: Nicholas Negroponte y su manida y pomposa biblia y Manuel Castells y su trilogía la era de la información y su acercamiento la "Galaxia Internet". Muy recomendables todavía a día de hoy estos últimos, por cierto.

Y todo porque estaba pasando por un desengaño amoroso. Y quise vengarme. Diez años después lo reconozco aquí y ahora. Yo no había tenido acceso a internet hasta que llegué a la universidad. Nunca supe nada del IRC ni casi del messenger. Pero quería culpar a alguien. Y me propuse señalar con el dedo al objeto de mi ignominia por ser del tipo de entes que, por aquel entonces, gozaban de banda ancha y disfrutaban luciendo su palabrería en las madrugadas de aquella protored social.

Esa fue mi excusa. Mi teoría era la siguiente: aquellos que no son capaces de construirse una entidad e identidad firmes y fuertes en su circulo definido por el tiempo y el espacio, en su clan social, pueden construirse una más acorde a sus deseos ocultos por el anonimato y el omnipoder que el espacio virtual ofrece. Era una crítica. Una campaña de Coca Cola de aquellos días me brindó la idea: "Sé quién quieras, consigue lo que quieras". Ya no recuerdo ni qué ofrecía aquella campaña. Pero hacía referencia a ese poder que otorga la red si no eres capaz de "conseguir lo que quieres" siendo quien ya "eres". Y yo quería probar que ese recién nacido universo podía ser un sustituto viciado creado por una personalidad débil. Obviamente estaba muy lejos del actual devenir de los acontecimientos. Facebook no existía. Ni siquiera Fotolog. Twitter acababa de nacer. No había blogs, solo bitácoras. Me abrí una cuenta en todo lo que pude. Mis primeras cuentas de correo estaban en terra, iespana y geocities. Con eso lo digo todo.
Cuando entré en twitter eramos, literalmente, cuatro monos. Me da vértigo acordarme de eso, francamente. Pero yo no estaba a la altura. En aquella época yo estaba muy lejos de alcanzar el nivel de internauta aquel despiadado ente del que quería vengarme o de tantos otros que utilizaban las redes de forma habitual y normal. Solo era un trabajo de final de curso y solo quería mi venganza particular. No me importaba el punto de vista melodramático de mi idea. Pensé que, al tratarse de una universidad católica la mía, de un tribunal de corte conservador y temeroso, tratar de "estigmatizar" el uso de internet me daría puntos. Y así fue. Me importaba poco y confieso que estaba en desacuerdo con mis propias teorías.

Me quedé sin tutor justo al empezar. Para cuando me asignaron otro, ya no podía volverme atrás. Y el tutor que me fue asignado no pudo ayudarme demasiado. Su campo era la política internacional. Solo me corregía el estilo. Me había lanzado sola y de cabeza a algo que no conocía y me agarré a las teorias de la comunicación, la definición de la identidad y a lanzar una cuerda hacia un futuro en el que, según mi teoría, el mismo test utilizado en psicología que mide la adicción a la cocaína podía utilizarse para medir la adicción a internet. No podía ser más apocalíptico ni podía estar menos de acuerdo. A pesar de tener algo de verdad.

Pero no lo sabía. Entonces.
Medio trabajo eran conceptos de informática y sociología regurgitados de otros libros, el otro medio, encuestas y demás basura metodológica. Apenas 40 páginas de 400 eran lo que sustentaba aquella idea. Que no era otra que el nuevo universo virtual donde cada uno podría redefinirse para encontrar un hueco más amable que el que la realidad le había brindado. Mi teoría defendía que, si bien eran los menos, habría quienes no podrían escapar al prisma brillante y prometedor de una realidad alternativa donde podían ser más altos, más guapos y más interesantes. Más y mejor aceptados. Y que ese universo virtual diluiría la personalidad real, necesaria para la integración social dentro de los aspectos sociológicamente entendidos como el espacio -una región, un lugar, una comunidad- y el tiempo -de día o de noche, ayer, hoy, mañana-.

Hoy tengo más cuentas de correo qué dedos de las manos. He perdido la cuenta de cuántos perfiles tengo en cuántas redes sociales, algunas ya extintas, otras recién nacidas, de cuántos blogs han nacido, vivido y muerto bajo mi mano, cuántas personalidades he tenido -afortunadamente, la original, la que dio vida a mi yo virtual sigue ahí, Duckland, por cuestión de sentimentalismo y un guiño a un viejo amigo- y cuántas más puedo llegar a tener. Sigo sin entender el sentido completo de mi propio subtítulo, "analisis sociocognitivo", pero lo de "Comunicación e Incomunicación" viene de mucho más lejos, de cuando, al leer en clase de literatura "El Túnel", de Ernesto Sábato, el profesor me lo lanzó a la cara, junto con el cuchillo que habría de ser usado para cortar el hilo lo que yo había sido hasta ese momento, y entonces nació Duckland. Comunicación e Incomunicación.
En el fondo soy una masoquista. Al final alguien llevará razón; no puedo ser feliz, me aburro con la simplicidad de la felicidad. 

"La vida real no es más que otra ventana, y no necesariamente la mejor" Sherry Turkey, 1994

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