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martes, 29 de abril de 2014

Silence will fall




Me voy diluyendo en las horas, en este silencio palpable solo roto por ruidos, enmascaradas melodías o unas pocas nanas de voz eterea y oscura. Poco o nada humano. Y lo que pudiera serlo, ajeno a mi. Nunca pensé que la integración resultara imposible para mi. Mi cerebro lucha por entender, mi corazón por recubrirse, mi alma, por encontrar cobijo. Y me encuentro perpleja ante este inesperado desarme.

Puedo entender el idioma. Y aunque antes era inmediato, palabras se asimilan, cerebro que se transforma, ahora sufre un proceso de traducción que resulta alarmantemente agotador. Mi cerebro sigue hablando en mi lengua vernácula cuando no debería ser así y esa diferencia de pensamiento me condena a ser diferente, merma mis facultades y por encima de todo, mi ejército de habilidades a la hora de batallar por mi propia causa. Y prefiero callar. Y no salir ahí fuera, donde cada ser humano es aunque parecido, completamente distinto en su mente, corazón y alma. Su peso no es el mío, sus motivos, gestos, sistemas de razonamiento, diferentes. Y callo. Y otro pedazo de mi menguada armadura cae. Ya perdí casi todas las barreras y voy perdiendo incluso años. Diluyéndome hasta que no quede prácticamente nada.

Me cuento ahora mismo, según mi lógica me dicta, entre los 6 y 8 años. Miedo, desconfianza, desconocimiento propio y ajeno. Terror. Inestabilidad emocional. Inseguridad. Impotencia. Y el silencio cae.

Hoy me ha cogido por sorpresa escuchar mi propio nombre. Víctima de mi propia disertación, el nombre que escogí para mi rol es ya más real que cualquier otro. Soy más virtual que real ya. Me reconozco por ese nombre que adopté hace casi 20 años ya, y es fuerte, tiene historia y hasta vivencias propias. Pero el mío, el que me dieron al nacer, el que es a la vez parte de esas otras versiones anteriores de mi, ya no me es familiar. Su sonido se pierde. Hoy lo he escuchado por primera vez desde hace probablemente casi un año y me ha sorprendido. No es solo la ausencia de personas con quién hablar. Va más allá. Se trata de identidad. Cada vez más dificil, cada vez menos facultades, cada vez menos yo. Lo que quiera que haya sido ese "yo".

La personalidad individual se va construyendo con recuerdos, vivencias, experiencia e influencias de otras personas a lo largo de los años. Sin esas influencias, las capas de la personalidad se secan, resquebrajan y finalmente se desprenden. No hay con qué protegerse, no hay con qué trabajar. Y a mi ya no me quedan piezas de armadura siquiera para poder utilizar en este proceso de escritura, tan necesario para mi cordura, tan intimamente ligado a mi, tan difuso ya de mi ideal que esto es ya solo un ejercicio de balbuceos que bien podría guardar en una caja y tirarla al Lagan pero que si lo hago aquí es simplemente por no arrojar más basura desordenada en mi disco duro.

Y el silencio cae. Mi nombre se pierde. Lo que he sido se deconstruye y mis recuerdos se acercan peligrosamente a la frontera y tierra de la imaginación y sé, porque lo sé, que acabaré por tener la certeza de que mis vivencias fueron y han sido siempre imaginaciones mías, el yo en los otros, solo un fantasma inventado. Y el silencio caerá finalmente.

miércoles, 16 de abril de 2014

Verdades como Puños #3: Punchline

Punchline, M.S.Corley


Por alguna razón que todavía no comprendo del todo, ando ordenando todos los cajones del estropicio que tengo por montera por haber estado posponiendo un juicio adecuado en su momento.
Crisis de edad, crisis de identidad, gilipollismo sumo. Como se quiera.
Y ando dando pasitos hacia atrás para desandar caminos largo tiempo olvidados y ver qué he ido dejando atrás, si merece la pena traerlo conmigo de nuevo o si debo quemarlo después de leer.

Este ejercicio es complejo, me esta llevando unos cuantos meses y me faltan herramientas para poder agilizar el proceso. Pero no estoy completamente sola. Mi faro me alumbra el camino. Y cuento con un inesperado aliado. Es un detonante que, por algo que no comprendo, parece tener el poder intrínseco exponerme ante un espejo. Con mi faro siempre presente -y que nunca me falte-, este extraño conductor, esta musa, me inspira de la forma correcta. No quiero dar más detalles, no quiero darle su forma real, por mucho que me plazca en privado. No se la daré aquí. Siempre me avergonzó reconocer porqué me gustan las cosas que me gustan, cómo de lejos en la busqueda de la verdad absoluta puedo llegar empezando por los caminos más inesperados y ridiculamente inaceptables.

Y así estoy viviendo de nuevo mis vidas, con mi faro y mi musa a cada lado.

Una de las últimas lecciones que mi musa me ha brindado es fruto de uno de los quehaceres más habituales que tenía como periodista, reportera o tuercelineas. La cita. La frase. El Punchline. Querer que todo aquel que tienes delante te de el trabajo hecho. O de no ser así, forzar la realidad para que coja en una linea de portada, en un titular.

Nunca fuí una persona paciente. Y mis rasgos y aptitudes comunicacionales siempre han sido torrenciales, contagiosos y a veces, rudos y avasalladores.

Cuando te dedicas a ese trabajo adquieres casi automáticamente la facultad de eliminarte de la ecuación. Al menos yo. El entrevistado tiene algo que decir, el público tiene algo que escuchar. Tu eres el medio. A veces es al revés. A veces el publico quiere saber algo y el entrevistado no es un personaje público que deba saber de retórica o de cómo funciona el proceso informativo.

Y fuerzas la máquina. Vas al grano. Le disparas a la cara sin piedad la pregunta que puede dolerle o no (no es tu trabajo juzgar eso) y esperas esa respuesta redonda, sencilla, breve y ni siquiera le miras a la cara porque estas anotando el tiempo dónde cortar para editar. Y si no te la da, lo mirarás con la cara de atroz impaciencia que tu jefe de redacción y tu profesor de reporterismo te enseñaron a poner.

El entrevistado se sentirá violento, apabullado, triste y será como un niño al que están regañando por haber hecho algo mal sin entender porqué. Pero tu tiempo es tan limitado como la vida misma. Te marcharás sin más dejándo atrás al niño asustado para más tarde forzar la realidad por el interés de la noticia.

Y esa persona que dejas atrás se siente usada, malinterpretada, vejada y desprovista de cualquier tipo de oportunidad para rehacer su respuesta. Al quedar enmarcada para siempre en un formato que todo el mundo puede ver, leer y escuchar para siempre, se convertirá en una verdad inamovible y nunca más podrá ser desdicha. No importa lo que ese entrevistado haga, diga o piense después. Esa verdad, fruto de una mañana sin café, de un pensamiento mal entendido, de una mente cambiante, esa verdad será la cuerda con la que se cuelgue. Si tratas con personas dedicadas al ente público, éstas saben darte esas frases; no hay dolor, no hay humillación ni abuso. Ellas juegan igual que tu, o peor, porque nada es real. Pero si juegas a eso con personas normales te acabará doliendo el corazón sin que te des cuenta. Y eso con suerte, si es que aún sigue dentro de tu pecho.

No encontrarás a un solo entrevistador, periodista, jornalero o redactor que se sienta culpable por haber causado semejante atropello en la vida de otra persona.

Mi musa, que padece el mismo problema de incontiencia verbal y balbuceantes circunloquios que yo, me lo ha estado dicho esta mañana. Tiene problemas para redondear sus frases, me cuenta, y le horroriza que le malinterpreten. Lo comprendo y le doy la razón. Que reniegue de lo que he sido no quiere decir que no sepa verlo todavía. Y me duele porque me he visto reflejada triste, dolorosa y certeramente en sus palabras.

Porque yo he jugado a ese juego. He forzado la realidad de otras personas y no me ha importado. Era mi trabajo, era lo que debía hacer. Jugué con otras personas por un Punchline. Y jugué fuerte y apostando duro. No había nadie más fiera que yo a la hora de sacar "la frase", llegando incluso a utilizar a esa persona que tenía frente a mi para obtenerla. Rara vez incluso a traición. Una vez, por venganza.

Puede que por eso me acabara doliendo tanto el corazón al final de aquellos días. Literalmente. Tres electrocardiogramas en un mes para poder encontrar finalmente, "la frase" que yo necesitaba.

Y mi musa me lo acaba de tirar a la cara para que acabe aceptando de una puñetera vez que no me fui por cobardía, me fui por humanidad.

Le debo una cerveza. Le odio tanto como le quiero, al muy bastardo.

lunes, 14 de abril de 2014

Verdades como Puños #2: "How to be a Lone Bar Rider correctly"



Lecciones para ilustrar a una correcta Jinete de barra solitaria y lograr así una satisfactoria velada.


Introducción:

Eres uno de esos seres correspondientes a la especie humana, de género femenino, que gustas de visitar antros de carretera, bares de currelas, templos del rock o simplemente un buen bar donde disfrutar de una copa y un poco de música de calidad. Esta premisa, aunque sencilla, conlleva el handicap del género. Si bien hay hombres a quienes les resulta abrumador tomarse una copa a solas en un bar, si eres una mujer, el resto de parroquianos te van a mirar inquisitivos o abiertamente mal. Esto no debería importarte, y si así es, es una pena que debe corregirse y tiene solución:
Más de treinta años de experiencia me avalan para señalar unas cuantos trabajos de campo para ilustrar situaciones que se pueden dar en esa circunstancia. Ir a un bar a tomarse algo y escuchar algo de buen rock no debería ser tan complicado y es algo digno de hacerse, abierta y confiadamente, en solitario de vez en cuando.

Los siguientes supuestos son ejemplos reales ocurridos a lo largo de estos treinta años de experiencia que ayudarán a ilustrar cómo comportarse con entes intransigentes que invadan sin ser invitados ese momento de privada solitud. 

Supuesto #1: un gañan te entra en la barra.


Te acercas a tu templo, la barra, te sientas y esperas a que te atienda el barman, ese dios. Mientras esperas la buena música, suena una tonadilla de un tal Craig David, la tarareas por defecto sin ganas. Un fulado te ve sola, se fija en que tarareas e interpreta AUTOMATICAMENTE que estas ahi buscando lio, que estas mandando señales como si fueras un semáforo. Y decide interpelarte.

-"Hola guapa, te gusta Craig David? Yo tengo toda su discografía"

Qué hacer? Siempre desde el supuesto de que te quieres librar de semejante ser que te entra con semejante línea -si te mola, no hagas caso, claro, pero allá tu con tu dignidad-, tu respuesta será la siguiente. Girar la cabeza lentamente, no el torso, y mirándolo a los ojos, responderás en su tono más sardónico:

-"Ah, ¿toda la discografía? ¿Los dos discos? Wow!"
E inmediatamente vuelves a girar lentamente tu cabeza en busca del barman. A partir de ahí ya es invisible para ti. Haga lo que haga, se disolverá en su propia aura de mediocridad. Si parece dolido es que hay conciencia dentro de ese bulto; si no, aprenderá la valiosa lección.


Supuesto #2: una garrula te entra en la barra.

Estas en tu templo, la barra, y hay un grupo dando un concierto, la mitad son chicas. Su música no te mata, pero no esta mal. Estas ahí por tu copa. Se te acerca una chica y te pregunta:

-"Hola nena, ¿alguna vez te lo ha comido una tia?"
Bien. Las deducciones se agilizan en tu cabeza. Esta es una fan. Probablemente alguien del grupo sea gay y, al igual que en el caso #1, alguien interpreta AUTOMATICAMENTE que estas ahí buscando lío, mandando señales como si fueras una torre de control aeroportuaria.
Las chicas lesbianas no tienen porque ser rudas. Ni tienen porqué tener tacto o ser inteligentes. A aquellos que no tengan experiencia, les diré que cada uno es como es, independientemente de lo que mueva su barco.
Ante semejante presentación, más allá del catálogo de buenas maneras del correcto conquistador, solo puedes volverte lentamente y mirarla a los ojos. Insisto, si te mola, adelante tu con tu falta de autoestima. Si tienes cierto amor propio, le dirás:

-"Perdona, ¿ves a quien está tocando el bajo en la banda?" -señalas al grupo que toca-.
-"El bajo cual es? El de las 6 cuerdas no? -ahí ya sabes que no hay nadie al volante en esa cabeza-.
-"El bajo tiene 4 cuerdas"- interpelas amablemente, sin faltar.
-"Pero si eso es un tio!" -no shit, Sherlock!-.
-"Efectivamente, es un tio y te invito a que le preguntes eso a él porque acabará por señalarme a mi"- y te giras hacia tu amada barra.

Semejante respuesta indirecta y premeditadamente larga dejará a la chavala haciéndose preguntas internas intentando entender qué le acabas de decir durante el tiempo en que tu te tomas el resto de tu copa, tocan dos canciones más, ves a la novia de esta chica que anda buscándola y la llamas con un gesto para que venga a recoger lo que queda de sus pertenencias. Se disculpa, alguien esta borracha. Te fumas el resto de tu cigarro y decides que tampoco tocan tan bien.


Supuesto #3: el idiota que quiere liarse contigo y/o con tu amiga.

Estas en tu templo, la barra. Hoy vas con alguna amiga. Por alguna razón, hay entes que interpelan que dos chicas en un bar significa AUTOMATICAMENTE que ambas buscan lio, algunos incluso llegan a pensar que buscan lio a lo grande, y al margen de lo fantasioso de la idea, creen que pueden tener oportunidad no con una o la otra, sino con las dos. A estos se les ve de lejos, por cierto. Y es muy raro que se de este caso en el universo y que sea satisfactorio para las tres partes. Si tu apellido es Cumberbatch, Hiddleston o Duchovny, te invito a que me busques -ya pongo yo la amiga-, como curiosidad empírica. El universo no es tan vago y la entropía funciona a nuestro favor.

Este caso, sigamos, requiere cierto grado de confianza con tu amiga, reflejos y rapidez mental.
¿Qué hacer?

-"Hola guapas, quere..."
Te giras rápidamente hacia tu amiga, dándole la espalda al maromo y le plantas un llamado "pico" o un beso o un morreo -depende del grado de confianza, ya os digo- a tu amiga. Rápido, efectivo, digno y valiente.
El proceso de desalojo de semejante bulto humano dura apenas unos segundos.

Si en lugar de estar con una amiga es un amigo, de genero masculino heterosexual, cuidado, si no está avisado puede ser perjudicial para su salud mental y emocional. Cuidado con esta técnica. Es tan efectiva como peligrosa. Si tu objetivo además era acabar besando a tu amigo, probablemente también sea peligrosa para ti misma, tu integridad como ser humano y tu dignidad como persona. Yo de ti no lo haría.


Supuesto #4: El músico que está en el escenario es un fantasma mediocre

Esto solo funciona para los pequeños conciertos. Vas a tu bar favorito, a tu templo, la barra. Más tarde toca un buen grupo. Pero tiene telonero. Y el telonero es un cantamañanas que no solo lo hace mal o mortal de necesidad sino que se regodea y alarga el tiempo de sufrimiento robándoselo a las vidas de los demás, incluido el cantante -que si quieres escuchar- que viene tras él.

¿Qué hacer?
Coges tu copa, te levantas, despacio. Tus movimientos han de ser lentos, desapasionados, tu mirada, lángida y de rayos x. Ves a través del espacio tiempo y decides hacerselo saber. Léntamente, como flotando en el torrente de mediocridad y mal gusto que procede del escenario, te posicionas frente al cantante/músico y lo miras fijamente. Te aseguras de que te mira fijamente, de que te percibe. Y cuando eso suceda, léntamente, con la mano en la que no llevas tu bebida, sacas de tu bolsillo unos auriculares y, sin dejar de mirarle a los ojos, te los colocas en tus orejas.

Si lo has hecho bien, esa será la última canción que toque no solo es noche sino el resto de su vida, que dedicará nada más bajar el escenario, a estudiar derecho penal o cualquier otra cosa más útil con la que compensar el daño que ha estado haciendole a la humanidad.


Estos supuestos, entre otros tantos del mismo calibre o condición, ayudarán a ilustrar el comportamiento que una señora y dama debe tener con aquellos que la confundan con un semáforo si quiere disfrutar de una tranquila velada en su propia compañía en un bar.


-"No comprendo como no te han partido la cara todavía".

Señalaré, a modo de epílogo y reseña de la crítica que avala estos estudios.
Todo completamente ciertísimo.

martes, 8 de abril de 2014

Verdades como Puños #1: "Pulcro, preciso y perfecto".


Ahora que tengo la certeza bastante absoluta que esto no es más que una alternativa al puñetero microsoft word, y dado que el señor clipo hace tiempo que esta muerto y enterrado, ahora, digo, que esto no será leído más que por mis ojos y por algún alma perdida en esos derroteros de buscadores de imagenes, ahora puedo escribir cosas que debo, cosas que hacen falta. Y puedo ser yo. Sin balbuceos de rima llorosa ni exabruptos hiperventilados coloristas.

Hace tiempo se me hizo de notar que mi forma de percibir mi impacto en los demás era diferente a la habitual. De dónde yo vengo no hay tiempo de fijarse en esas cosas. De donde yo vengo no hay tiempo para pararse a mirar dentro de uno. Solo importa hacer bien lo que se haga. Pulcra, precisa y perfectamente. Y a ser posible que sea util. Personalidades fuertes y palabras inmutables. Pero yo no pude nunca ser así. Yo miraba dentro y veía más cosas aparte de la etiqueta de "100% algodón". Veía miedo y ansiedad. Veía juegos de palabras. Veía aventuras y amigos imaginarios. Veía sueños e historias. Y los dibujaba, los imaginaba y escribía en historias donde rara vez aparecía yo como yo misma; me transfiguraba en otro personaje. En quien quisiera. Era y no era a la vez. Y eso no era util, no era nada pulcro, ni preciso ni perfecto.

Hace tiempo se me hizo de notar que mi forma de percibirme en los demás es diferente. Soy bastante indiferente -o ciega, incluso- al comportamiento de los demás, a priori, al menos. Jamás tuve prejuicios, jamás tuve miedo de aquel que me mira. Pero dado que pasaba mucho tiempo dentro de mi cabeza, asumí que el resto de seres humanos a mi alrededor estarían más ocupados, preocupados de sus propios quehaceres, preocupados en hacer bien las cosas. Pulcra, precisa y prefectamente. Personalidades fuertes y palabras inmutables. Y que yo no estaba a la altura. Yo estaba mal. Y por eso dejé de interesarme, finalmente y casi por completo, en los demás. Asumí que yo no les podía interesar. No era útil, ni fuerte.

Supongo que en lugar de intentar parecerme a los demás, intentar encajar o fingir ser y tener otras cualidades que no eran las mías, asumí bien pronto que yo era una pieza débil, distinta y no válida para formar parte de cualquier grupo. Hay quien diría que semejante gesto es digno de alabanza por apostar por mi personalidad en lugar de fingir ser otra persona para encajar en algún rol secundario dentro de un grupo social. No soy ciega. Pero eso lo diría alguien que no soy yo.  Y elegir eso duele.

Ese aislamiento voluntario, más por resignación y por saberme inferior unas veces, orgullosamente superior otras, corrompió, de alguna manera, esa percepción de mi identidad. Uno puede ser muchas cosas: un curriculum, un apellido, un lugar. Pero también es lo que refleja el resto. Y ese aislamiento, como digo, ha provocado, con el paso de los años, un confuso silencio en el espejo que tengo delante. Necesito que los otros pongan en palabras lo que deba ser entendido, pues mi percepción es pobre. Necesito que se me diga lo que me deba ser dicho. 

Mis historias siguen conmigo, mis amigos imaginarios, mis sueños y ansiedades. Y cuando he intentado acallarlos para andar algunos caminos de la vida como la pareja, el trabajo, las responsabilidades, las crisis y accidentes -no puedo olvidar que yo también soy un apellido, un curriculum y un lugar-, cuando he intentado acallarlos, digo, me ha supuesto un sobreesfuerzo que no percibo en el resto. Pero es porque yo estoy mal, no funciono como el resto, no soy una pieza ordenada, firme y fuerte del puzzle. No soy pulcra, precisa y perfecta. Soy esa pieza que se te queda ahí en medio, de un color indefinido y que no sabes muy bien dónde va, si es que no es de un puzzle distinto que se ha mezclado con este. Sigo siendo así, a la mitad de mi vida. Y sigo tan viva como el primer día, tan ignorante de lo que me rodea más por saberme débil e indigna que por arrogancia o superioridad. Soy así. Duele. Pero es lo que soy.

"Cuando te conocí pensé que eras tímida, no hablabas con nadie e ibas siempre sola. Luego me di cuenta de que en realidad es que vas a tu puta bola y te da igual", me dijo una vieja amiga, al final de la carrera, respecto de nuestro primer día de universidad.

Todavía, a día de hoy, me sorprende a niveles infinitos que alguien sepa mi nombre, que alguien me describa de alguna forma que no me había sido apercibida, que alguien me recuerde de alguna vieja vida, de alguna aventura.

No me importa. Me alegra. En realidad jamás quise dejar de ser la pieza indefinida del puzzle y me alegra saber que hay otros seres humanos ahí fuera que pueden percibir mi elección. Que encontraron un sitio en su puzzle para mi. Que entendieron que preferí ser débil a asumir un rol que no era el mío. Yo estaré ahí cuando se me necesite, no cuando se espere que esté. Es diferente. Para mi será más duro que para el resto, esos de comportamiento pulcro, preciso y perfecto, pero estaré de verdad.

Duele, pero es lo que soy. Aunque el espejo no me hable. Aunque los demás sigan esperando que me vuelva una pieza fuerte de palabra inmutable. Que algún día sea pulcra, precisa y perfecta. Prefiero mi espejo mudo, aunque duela.

Y a todo esto, yo venía aqúi hoy a hablar de otra cosa y mira por dónde voy.
Otro día será.

lunes, 24 de marzo de 2014

Ahora




Ahora.

Ahora.

Ya.

Ahora.

¿Sabes ese relámpago, como un rayo de luz, ese dolor, que se cuela por detrás de los ojos, justo delante del cerebro, ese que se parece al que te da cuando sorbes limonada demasiado fría en un día de calor pero que es solo parecido? Ese, ¿justo en el centro de tu cabeza? Ese.

Ahora.

Y ahora.

No sé cuándo empezó. Si alguna vez no estuvo ahí.

Espera... No.

Sigue ahí. Duerme. Por ahora.

No sé qué es. Se retuerce dentro de mi, viento helado, en mi pecho, en mi cabeza, en la punta de mis dedos, arrugados, testigos, destrozados por la guerra. No sé desde cuándo está ahí. Pero sé lo que hace conmigo, lo que hace de mi.

Es como una serpiente de piel suave. Grácil, hermosa, liviana. Una serpiente que se acomodó a mis vísceras y ahí vive. Entre mi hígado y mi olfato. Entre mi pulso y el color de mis ojos. Dices que me cambian de color según mi ánimo. Es ella. Que soy contagiosa, que exploto y me desbordo sobre todo lo que me rodea. Es ella. Que me cambia la voz y las octavas bajan como si del amor se tratara. Como si la más oscura de las simas me hubiera tragado. Es ella también.

Y la siento recorrerme, apenas contenida, divertida y despreocupada, como un pantagruélico turista de todo gratis, avasalladora y sin remordimientos, acabando con todo lo que su suave y liviana piel gracilmente desmenuza a su paso dentro de mi.

No tengo corazón. No tengo ojos. No tengo pensamiento ni voz. Ni la voluntad ni la guerra. Todo es ella. Como esa dolorosa luz que te cruza el cerebro como un rayo cuando sorbes limonada fría en un día de calor.

Eso es ella. Siempre. Y ahora, que duerme, te estoy dejando aquí las que puede sean mis últimas palabras propias, escapando por la punta de mis dedos, arrugados, testigos, destrozados por la guerra.

Ahora.

Aquí viene de nuevo.

Ahora.

miércoles, 19 de marzo de 2014

How Alive Are You?



Anclados a mi espina dorsal, amontonados, se acumulan una plétora de objetos.
Objetos de inspiración y deseo, de terror y odio, de catarsis y admiración, objetos atados para siempre a la estela de mi sendero por medio de pequeños lacitos de formas extravagantes, colores lisérgicos y casi siempre incomprensibles o incoherentes para el ojo no entrenado, incluido el mío propio.
Cosas que encadenan otras cosas sin aparente relación.

Una canción, un color, una voz.
Una hora del día, un viento del sur.
Un libro, un olor, una frase.

"Like a jaguar hiding in a cello"

Como un jaguar escondido, oculto en un violonchelo, chelo, cello.
Una bestia indómita, estilizada y taimada, salvaje e inesperada, escondida -que no encerrada- dentro de una de las formas más deliciosas, serenas y precisas capaz de emitir un sonido profundo, aterciopelado y evocador. Like a jaguar hiding in a cello.

Leer esa frase referida a alguien desconocido, a quien crees poder entrever a través de esa idea, y cuánto fascina intentar entender el porqué de esa elección de palabras. Tanto, que te lleva a pasar toda la mañana imaginando el tipo de personalidad que esa frase puede transmitir, qué pasaba por el corazón del escritor cuando la formuló, qué llegaron a comprender aquellos que la leyeron por primera vez, qué sintieron aquellos que la leyeron por segunda o tercera vez por saberse esquivados, por el rabillo del ojo, por una exquisita verdad oculta a plena vista.

Esa frase se me quedó pegada al alma ayer y mientras meditaba y me dejaba llevar por ella paseaba por las calles, a tiempos entre lluvia y entre brillante luz del mediodía, y yo misma flotaba sobre el pavimento, pegando imágenes, conformando un recuerdo entorno a esa frase, a ese paseo, a esa persona que fue descrita así, a ese escritor, a esos lectores, a ese sol y esa lluvia.

Y así, entre los claroscuros de mi mente perdida, mi imaginación pare un recuerdo que no es tal, porque acaba de surgir de mi propia creación. El recuerdo inventado de un personaje que me habla con la voz de un instrumento de cuerda conformado por siglos de precisión y tradición, de educación y belleza, que al tiempo deja entrever que tiene algo de bestia estilizada y si, desprovista de remordimientos o agenda. Ese nuevo ser, nacido de mi estado de ensoñación, es pura magia. Y me habla de su propia vida, que apenas acaba de empezar, que se forja mientras duermo o mientras estoy aquí sentada, intentando conformarlo a través de mis palabras.

¿Quién es el demiurgo en este caso? ¿El escritor que eligió esas palabras? ¿Llegó éste a entender por completo y en todos sus matices todo lo que esa frase encerraba en sí misma? La persona retratada ¿sabría decir cuánto de si misma contiene esa verdad? ¿Soy yo, acaso, el demiurgo?

Ese personaje, nacido de mi misma, me acompañará desde ahora y para siempre en mi camino.
Y me hablará en susurros, con la voz de un cello, cuando recorra de nuevo algunas de las calles que pegué a su recuerdo, cuando me parezca escuchar el ronroneo de un jaguar o incluso cuando me deslumbre el brillo del sol del mediodía en los charcos de hace media hora.

Y el lazo no será más que una frase de un periódico cualquiera, que un periodista del que nadie sabe dedicó a alguien que nadie recordará jamás. Y eso, amor, no es fácil de explicar.

"Like a jaguar hiding in a cello"



jueves, 13 de marzo de 2014

Comunicación e Incomunicación



Hace diez años exactamente andaba yo copiando contenidos de un libro de informática.
Historia de Internet para lerdos, o algo parecido.
Andaba hasta las cejas, a ciegas y sin red, con mi trabajo de final de carrera.
"Comunicación e Incomunicación. Análisis sociocognitivo de la adaptación a Internet del ciudadano en la Sociedad de la Información". O algo así. Nadie ha podido leérselo del tirón y entenderlo.

Yo solo lanzaba una idea, con apenas un par o dos de autores entre manos: Nicholas Negroponte y su manida y pomposa biblia y Manuel Castells y su trilogía la era de la información y su acercamiento la "Galaxia Internet". Muy recomendables todavía a día de hoy estos últimos, por cierto.

Y todo porque estaba pasando por un desengaño amoroso. Y quise vengarme. Diez años después lo reconozco aquí y ahora. Yo no había tenido acceso a internet hasta que llegué a la universidad. Nunca supe nada del IRC ni casi del messenger. Pero quería culpar a alguien. Y me propuse señalar con el dedo al objeto de mi ignominia por ser del tipo de entes que, por aquel entonces, gozaban de banda ancha y disfrutaban luciendo su palabrería en las madrugadas de aquella protored social.

Esa fue mi excusa. Mi teoría era la siguiente: aquellos que no son capaces de construirse una entidad e identidad firmes y fuertes en su circulo definido por el tiempo y el espacio, en su clan social, pueden construirse una más acorde a sus deseos ocultos por el anonimato y el omnipoder que el espacio virtual ofrece. Era una crítica. Una campaña de Coca Cola de aquellos días me brindó la idea: "Sé quién quieras, consigue lo que quieras". Ya no recuerdo ni qué ofrecía aquella campaña. Pero hacía referencia a ese poder que otorga la red si no eres capaz de "conseguir lo que quieres" siendo quien ya "eres". Y yo quería probar que ese recién nacido universo podía ser un sustituto viciado creado por una personalidad débil. Obviamente estaba muy lejos del actual devenir de los acontecimientos. Facebook no existía. Ni siquiera Fotolog. Twitter acababa de nacer. No había blogs, solo bitácoras. Me abrí una cuenta en todo lo que pude. Mis primeras cuentas de correo estaban en terra, iespana y geocities. Con eso lo digo todo.
Cuando entré en twitter eramos, literalmente, cuatro monos. Me da vértigo acordarme de eso, francamente. Pero yo no estaba a la altura. En aquella época yo estaba muy lejos de alcanzar el nivel de internauta aquel despiadado ente del que quería vengarme o de tantos otros que utilizaban las redes de forma habitual y normal. Solo era un trabajo de final de curso y solo quería mi venganza particular. No me importaba el punto de vista melodramático de mi idea. Pensé que, al tratarse de una universidad católica la mía, de un tribunal de corte conservador y temeroso, tratar de "estigmatizar" el uso de internet me daría puntos. Y así fue. Me importaba poco y confieso que estaba en desacuerdo con mis propias teorías.

Me quedé sin tutor justo al empezar. Para cuando me asignaron otro, ya no podía volverme atrás. Y el tutor que me fue asignado no pudo ayudarme demasiado. Su campo era la política internacional. Solo me corregía el estilo. Me había lanzado sola y de cabeza a algo que no conocía y me agarré a las teorias de la comunicación, la definición de la identidad y a lanzar una cuerda hacia un futuro en el que, según mi teoría, el mismo test utilizado en psicología que mide la adicción a la cocaína podía utilizarse para medir la adicción a internet. No podía ser más apocalíptico ni podía estar menos de acuerdo. A pesar de tener algo de verdad.

Pero no lo sabía. Entonces.
Medio trabajo eran conceptos de informática y sociología regurgitados de otros libros, el otro medio, encuestas y demás basura metodológica. Apenas 40 páginas de 400 eran lo que sustentaba aquella idea. Que no era otra que el nuevo universo virtual donde cada uno podría redefinirse para encontrar un hueco más amable que el que la realidad le había brindado. Mi teoría defendía que, si bien eran los menos, habría quienes no podrían escapar al prisma brillante y prometedor de una realidad alternativa donde podían ser más altos, más guapos y más interesantes. Más y mejor aceptados. Y que ese universo virtual diluiría la personalidad real, necesaria para la integración social dentro de los aspectos sociológicamente entendidos como el espacio -una región, un lugar, una comunidad- y el tiempo -de día o de noche, ayer, hoy, mañana-.

Hoy tengo más cuentas de correo qué dedos de las manos. He perdido la cuenta de cuántos perfiles tengo en cuántas redes sociales, algunas ya extintas, otras recién nacidas, de cuántos blogs han nacido, vivido y muerto bajo mi mano, cuántas personalidades he tenido -afortunadamente, la original, la que dio vida a mi yo virtual sigue ahí, Duckland, por cuestión de sentimentalismo y un guiño a un viejo amigo- y cuántas más puedo llegar a tener. Sigo sin entender el sentido completo de mi propio subtítulo, "analisis sociocognitivo", pero lo de "Comunicación e Incomunicación" viene de mucho más lejos, de cuando, al leer en clase de literatura "El Túnel", de Ernesto Sábato, el profesor me lo lanzó a la cara, junto con el cuchillo que habría de ser usado para cortar el hilo lo que yo había sido hasta ese momento, y entonces nació Duckland. Comunicación e Incomunicación.
En el fondo soy una masoquista. Al final alguien llevará razón; no puedo ser feliz, me aburro con la simplicidad de la felicidad. 

"La vida real no es más que otra ventana, y no necesariamente la mejor" Sherry Turkey, 1994

lunes, 5 de agosto de 2013

Traslación



Corriendo en círculo en apenas un metro cuadrado, crepitando la velocidad a cada zancada, el vértigo latente, el esfuerzo moldeador, vuelto de espaldas. Nunca nadie se esforzó tanto en conseguir lo menos posible.

sábado, 4 de junio de 2011

Lorca: reflexión entre los cascotes



Sábado, 4 de junio de 2011. Casi un mes del pasado día 11.
Estando en este mismo rincón del mundo, en este ordenador, ocurrió.
Un terremoto a las 6 y pico de la tarde.
Otro más duro después, 40 minutos más tarde.
Hasta ahí, todo demasiado manido.
Prehistoria mediática, política, social.
Un infierno aquí cada día, desde entonces.

La noticia está clara: dos terremotos sacuden el sureste español con magnitud 4,5 y 5,2 grados richter. Daños incalculables del patrimonio local. Más de 400 heridos, 10 muertos. Centenares de miembros de los cuerpos de seguridad del estado, UMEs, Cruz Roja y Protección civil se dirigen a la zona para ayudar y evacuar a los damnificados.





Y casi un mes después, yo aún no he conseguido hacerme a la idea.
Necesito conocerlo todo, verlo todo, y aún así, dudo que lo haga nunca.
Aunque físicamente estaba solamente en dos sitios esa tarde, con el tiempo he ido rellenando huecos con las historias de los lugares donde estaba todo lorquino que se ha dejado escuchar: los que vieron la montaña abrir sus entrañas con el primero y volver a cerrarse con el segundo, los que pudieron ver la ciudad desde lo alto y vieron como se cubría de polvo y humo, los que han perdido miembros, los que se marcharon con lo puesto de su hogar para no volver jamás, los que conducian dentro del tunel bajo el castillo, los que estaban fuera de la ciudad y no podían sino desesperarse por no poder contactar con sus hijos, padres, hermanos.
Y tantos otros testimonios como vidas interrumpidas. Escuchando a cada uno te haces a la idea de lo que ocurrió aquella tarde pero solo puedes imaginarte los hechos trascendiendo su dolor.
Si te identificas con tu interlocutor estás listo.

Siendo justa, el título de esta entrada no es correcto. Esto no es una reflexión sino una recopilación de momentos para intentar, una vez más, visualizar mentalmente cada instante de este gigantesco despropósito tan inimaginable como real. Por otra parte, tampoco hay cascotes. Al menos no por cualquier parte.

Desde el minuto dos (el uno se empleó en intentar recuperar el equilibrio físico y mental) todos nos pusimos a hacer lo único para lo que estábamos preparados: los quejicas se quejaron, los currantes siguieron currando, los voluntarios se pusieron a ayudar y los medios... bueno, los medios se dedicaron a meterse debajo de las camas de cada uno de los lorquinos, a ver qué encontraban.

Empezaré por mi; cuando sucedió el primero estaba sentada aquí mismo, en el ordenador de mi oficina. Mis compañeras se asustaron, mi jefe y yo nos reímos quitándole importancia; es curiosa la forma que tiene el miedo de escaparse de cada cabeza. Señalar que en esta ciudad se suele dar algun terremoto cada 6 meses, más o menos.
Tras esto, di una vuelta por el comercio, enderecé estanterías, retiré alguna plaqueta y salí a la calle a hablar con mi hermano, que estando a 100 km de aquí, también lo notó.

Ya en la acera, teléfono en mano, pateando algun cascote del tejado, le comentaba animada, con la emoción de haber sido testigo de una aparentemente pequeña anomalía, algo fuera de lo común que no ha ido más allá de lo anecdotario:

-"¡Qué disparate, me estaba moviendo en la silla giratoria!"
-"Eso no es nada, hombre, no te preocupes! Aquí apenas se ha caído la campana de San Mateo, se ha estropeado la cúpula del convento, y ¿oyes los cascotes que estoy pateando?..."


Pero entonces algo empezó a ir mal, muy mal. El suelo empezó a temblar violentamente, los coches saltaban aparcados, las líneas de la calzada empezaron a serpentear. Lo más parecido que sentí en aquel momento me recordaba a aquel juego de niños, yendo en el autobús del colegio, cuando jugábamos a mantenernos en pie sin agarrarnos.

Con mi hermano al teléfono que me gritaba algo pero incapaz de entenderlo, incapaz de decir nada, de colgarle, de entender que la cornisa bajo la que estaba hacía dos segundos se estaba viniendo a bajo, de no saber a qué agarrarme puesto que ya estaba en medio de la carretera y me debatía entre el miedo a ser atropellada y el MIEDO, el de verdad, el que te hace saber que no eres más que una mota de insignificancia en el universo y que nada de lo que te rodea se debe a otra cosa que a la casualidad y no a la arrogancia del ilimitado e infinito poder humano.

Como cuando sueñas una historia, los segundos se traducen en años y lo que a a toda una ciudad le pareció eterno apenas duró unos pocos segundos.

Y después de esos segundos, en lugar de acabar la pesadilla, empezó tras despertar.

Otro día sigo, si eso.

viernes, 13 de agosto de 2010

El porqué de la "Terribilitá". Parte I.



Ante todo, buenas tardes, claro. Educación por encima de todo, que aunque parezca que no, se echa en falta. Igual que otras muchas cosas. Y más, después de tanto tiempo sin pasarme a saludar.

Viendo que no levantaba cabeza durante los últimos meses, me embarqué en todo un "periplo búlgaro": me iba a tomar unas vacaciones recias; si no de cantidad, al menos de calidad. ¿Y qué mejor destino que mi dulce y tranquila Florencia, mi Toscana bendita?

No puedo evitarlo, soy un animal fetichista y Florencia siempre empujó mi persona a un ejercicio interno de paz y cultura, lejos de la bulliciosa y vendida Roma, señorona rancia repintada.
Y una vez fijado el destino, preparé con el más cuidadoso de los primores un viaje en coche que arrancaría de las puertas del Palacio Sforcesco en Milano y terminaría en la imposible ruta de Volterra, en Toscana donde además pasaría varios días paseando por el cerrado al tráfico centro de Firenze y enseñaría a mi novio y compañero todo lo que Florencia puede ofrecer.



Florencia, hace 15 años, en mi primera visita, era una ciudad alejada, discreta en su orgullo y hasta huraña con los extranjeros. La mejor cocina, el mejor gusto por lo clásico y el orgullo de tener, entre otras muchas cosas, la que a mi me parece la escultura más hermosa del mundo, el David de Miguel Ángel. El turismo de a pie iba directamente a los canales venecianos o a la plaza romana de San Pedro.

Poniendo un símil, si Roma adquiere la apariencia de una gran señorona de rancias ínfulas, decrépita y pintarrajeada aunque digna dentro de su propia memoria, Florencia era, por aquel entonces, una doncella culta y refinada, orgullo de su casta y sus pretendientes.

Años después, allá por el 2006, volví a sus tierras y encontré curioso y agradable que hubiera ciertos cambios: Florencia se empezaba a abrir a un público que la visitaba por su patrimonio y algo más. Más restaurantes, igual de caros pero más accesibles al foráneo. Volví a encontrarme cara a cara con David, con Venus y Dante y todo parecía seguir igual. La ciudad, otrora sellada por murallas, tenía un restringido acceso a tráfico rodado: tan solo los vehículos eléctricos podían pasar por sus calles, para que el humo no ensuciara los bellos mármoles ni los palacios vecchios.

Hoy he vuelto. Y no podía imaginarme tan equivocada. Triste, confundida y humillada recojo fuerzas de donde puedo para arrancarme el corazón del pecho y pisarlo delante del fulano que decidió que de la crisis solo podían brotar ideas positivas.

Florencia, esa doncella orgullosa y de buena familia, es hoy una choni poligonera. La ingente cantidad de turistas de medio pelo hacen imposible cualquier tipo de visita, de paseo, de experiencia, de lo que sea. Y diréis ¿y tu qué eras, si no otra turista más? Eso pensé al principio. Pero la diferencia se hacía patente y mi paciencia se fue por el sumidero a cada detalle más escabroso.



La crisis ha creado un nuevo tipo de turismo mucho más barato, más ignorante y mucho más desagradable: la plaza de la Signoria, otrora centro bullicioso de cambios políticos u hogueras de las vanidades ahora se llenaba de señoras desagradables que limpiaban mocos por doquier, señores con bermudas y calcetines que gritaban en holandés (o parecido), hordas de orientales cual cliché y vendedores indios de palitos de luz que lanzaban al cielo para llamar la atención. Nadie entra en el cielo sin ir iluminado, que dijo aquel.

Voy, dolorida, a buscar consuelo a los pies de mi amado David y me encuentro que las recias medidas de seguridad y conservación de pocos años atrás, hoy no se guardan, niños correteando por la galería, señoras niponas tocando los lienzos o niñatas con camisetas de crepúsculo (me temo que hablaré después de esto) disparaban flashes al torso marmóreo de la efigie encendiendo aún más su terribilitá. Miguel Ángel lleva tiempo pidiendo la sangre de los vivos, eso es así.

Viendo que no podía con el dolor de no poder hablar tranquilamente con David me dejé caer (es un decir) por la galería de Uffizi, esperando reconfortarme en ese renacimiento que tanto tiempo llevaba preparado. EPIC FAIL. Después de haber visitado el Louvre y el Prado, por ejemplo, entiendo de la utilidad de las audioguías si no vas preparado. En este aspecto, dichas audioguías eran una ofensa tanto para cada una de las obras que allí se guardan como para el visitante apenas instruido. Debido a las ingentes hordas de visitantes (juro que tenia delante a un equipo de voleibol femenino recién salido de su entrenamiento (¿?), tanto el personal como las guias te obligan a dedicarle apenas tres o cuatro minutos a cada sala, incluyendo la perteneciente a Botticelli. Eso te obliga a dos cosas: salir cuanto antes para dejar sitio a más gente y comprar guias de obras del museo en alguna de las seis salas de souvenir dedicadas al tema. Humillación, pena y tristeza.



Pero lo "mejor" estaba aún por descubrir: Insalati diPomodoro, bodas chinorris y más turismo de todo a cien.

lunes, 17 de mayo de 2010

Mi amiga Dolores


Esta es mi amiga Dolores. Aunque en realidad este es un retrato de Gemma Marqués y yo nunca conocí a Dolores. Quizá debería matizar: sí que conozco a Dolores, desde hace dos meses, aunque ella murió hace dos años.
Dolores es... perdón, fué. O mejor, no, es.
Dolores es una de esas viejecitas afables, solitarias y enlutadas que te puedes cruzar por las calles de un casco histórico de cualquier pueblo español.
Por circunstancias de la vida he venido a conocer a Dolores cuando ya hace un par de años que ha dejado este mundo, cuando me he visto en la situación de tener que poner orden en el que fuera su último hogar en el mundo. Así es la vida, supongo. Ella me ha devuelto, en parte, las ganas de ver más allá de mis propios quebrantos y decepciones, el deseo de encontrar ese segundo que se sale del tiempo justo que te marca el reloj cada minuto del día. Por eso estoy aquí, porque quiero hablar de Dolores, porque creo que merece que alguien hable por ella, aunque sea dos años después de dejar este plano de la existencia.

Hace cosa de dos meses llegó a mi poder un manojo de llaves de un viejo piso abaratado por la crisis y una mala relación entre herederos. Una señora, viuda hacía años, había muerto y su casa había pasado a disposición de cuatro buitres marrulleros que afirmaban ser sus vástagos. Como cada uno quería cuarto y mitad del pastel, tardaron dos años y media crisis en vender aquel pequeño apartamento a alguien cercano a mi. Mi labor era, a partir de ese momento, dejar que los cuatro hijos de Dolores, que así se llamaba la difunta, retirarán sus enseres personales o recuerdos que quisieran conservar y poner orden en el apartamento para una próxima ocupación.

Mi sorpresa fue cuando comprobé que aquellos cuatro energúmenos saquearon las escasas y bonitas posesiones con poco o ningún cuidado; la dolorosa verdad quedaba esparcida a mis pies cuando se esfumaron de allí para no volver: todos los recuerdos, fotografías y pequeños tesoros que guarda una vida quedaron pisados por aquellos que aparecían, infantes y sonrientes, en las mismas fotografías. Platos rotos, telas rasgadas, bolsos esparcidos, cojines rajados... Aquellos cuatro herederos no pretendían quedarse con nada de su madre, sino evitar que cualquiera de los tres hermanos restantes se quedara con nada. Tal era la magnitud de aquella guerra.

Y así me quedé yo, de pie en el salón, ante los cuerpos caídos de los recuerdos de Dolores. Recogí todas aquellas fotografías y llamé a la inmobiliaria: nadie quería aquellas fotos de Dolores, ni siquiera la fotografía de ella y el que fuera su marido ante el altar. Así que, tragándome aquel sentimiento sin poder aún definirlo, las arrojé todas a la basura guardándome tan solo una. Una vieja composición en sepia de Dolores cuando podría tener unos 30 años, más o menos.

Conforme recorría habitaciones devastadas fui conociendo mejor a Dolores. Cuidadosos y delicados detalles de buen gusto que sobresalían a la barbarie me decían que Dolores había sido culta aunque no todo lo que ella hubiera querido. Libros viejos señalaban que le había dado estudios a sus hijos y que no habían sabido aprovechar. Fue una mimosa abuelita y una excelente cocinera. Habitaciones y dormitorios deshabitados durante muchos lustros aún componían la perfecta armonía de un hogar. Mantas dobladas y con alcanfor entre sus pliegues. Incluso un traje de novia. Cuidadosa, amable, silenciosa y nostálgica, así parece que vivió Dolores.

Aunque la casa era grande y tenía unos muebles de los que ya no hay, señal de que había pertenecido a una buena clase, los últimos días de Dolores trascendieron sin demasiadas visitas en una pequeña habitación con una gran ventana, una mesa de camilla y una estufa de gas. En esa habitación había un retrato de su marido, muerto unos diez años antes, del que todavía conservaba dos trajes perfectamente almidonados y doblados en el armario principal.

Me dolía y indignaba ver como aquella pequeña anciana, de ojos tranquilos y generosos, no parecía haber sido valorada por unos hijos que no veían lo que su madre parecía haber intentado enseñarles en vida y que una desconocida como yo había visto años después de su muerte.

La fotografía que guardé la llevé a la playa, ¿que porqué a la playa? Porque entre las que tiré, había muchas fotografías de niños en la playa y Dolores en ellas parecía muy feliz. Así que llevé allí su foto, la quemé y la despedí con respeto.

Siento mi ausencia. Este sitio es como un espejo para mí y no sé lo que veo. Aún sigo buscando fotografías mías en las que parezca feliz pero todavía sigo en el salón de mi propia vida con trozos desordenados de mi misma. Pero Dolores me ha recordado que hay más habitaciones aparte del salón.

Da igual. Quería contar que conozco a Dolores, que aunque murió hace dos años, es amiga mía.