Que no me escucho la respiración, ni me late el alma en el pecho, que no recuerdo mi voz ni el color de mis propios ojos. Que no todo es todo el mundo, ni el mundo es solo de tu deseo, que estoy cansada, amor mío, que no me encuentro, que no me adivino ni invento, que ni capaz soy ya de imaginarme. La pena es que es triste, resulta muy triste, darme cuenta, amor mío, que la sombra que ahora soy, triste, amor mío, que lo que queda de mi, amor mío, tampoco duele ya.
que parpadea, que desciende, que reprende y señala, amenazante.
Huyo, me pervierto y disfrazo, me destruyo y restituyo, llenando los segundos de minutos, los tengo por los quiero, los después por los ayer.
Y todo para apagarla, maldita, la que me sigue, malnacida, que nunca se ha ido, que nació conmigo, maltrecha estrella negra.
Y cuando todo es luz, como de bajo consumo y pebeteros de llama y aceite, se agazapa y resiste, aterradora para mi, desconcertante para ti, mi pequeño amor.
Y esa pequeña negra luz,
la que venia cosida a mi, a veces se me escapa, velo mortecino, que me ahoga y me destierra, y te aleja de mi, y me aleja de todo, y solo esta ella.
De vez en cuando.
Lo que nunca fui, lo que nunca conseguí, lo que nunca seré. Y se apaga y vibra; volverá.