miércoles, 16 de abril de 2014

Verdades como Puños #3: Punchline

Punchline, M.S.Corley


Por alguna razón que todavía no comprendo del todo, ando ordenando todos los cajones del estropicio que tengo por montera por haber estado posponiendo un juicio adecuado en su momento.
Crisis de edad, crisis de identidad, gilipollismo sumo. Como se quiera.
Y ando dando pasitos hacia atrás para desandar caminos largo tiempo olvidados y ver qué he ido dejando atrás, si merece la pena traerlo conmigo de nuevo o si debo quemarlo después de leer.

Este ejercicio es complejo, me esta llevando unos cuantos meses y me faltan herramientas para poder agilizar el proceso. Pero no estoy completamente sola. Mi faro me alumbra el camino. Y cuento con un inesperado aliado. Es un detonante que, por algo que no comprendo, parece tener el poder intrínseco exponerme ante un espejo. Con mi faro siempre presente -y que nunca me falte-, este extraño conductor, esta musa, me inspira de la forma correcta. No quiero dar más detalles, no quiero darle su forma real, por mucho que me plazca en privado. No se la daré aquí. Siempre me avergonzó reconocer porqué me gustan las cosas que me gustan, cómo de lejos en la busqueda de la verdad absoluta puedo llegar empezando por los caminos más inesperados y ridiculamente inaceptables.

Y así estoy viviendo de nuevo mis vidas, con mi faro y mi musa a cada lado.

Una de las últimas lecciones que mi musa me ha brindado es fruto de uno de los quehaceres más habituales que tenía como periodista, reportera o tuercelineas. La cita. La frase. El Punchline. Querer que todo aquel que tienes delante te de el trabajo hecho. O de no ser así, forzar la realidad para que coja en una linea de portada, en un titular.

Nunca fuí una persona paciente. Y mis rasgos y aptitudes comunicacionales siempre han sido torrenciales, contagiosos y a veces, rudos y avasalladores.

Cuando te dedicas a ese trabajo adquieres casi automáticamente la facultad de eliminarte de la ecuación. Al menos yo. El entrevistado tiene algo que decir, el público tiene algo que escuchar. Tu eres el medio. A veces es al revés. A veces el publico quiere saber algo y el entrevistado no es un personaje público que deba saber de retórica o de cómo funciona el proceso informativo.

Y fuerzas la máquina. Vas al grano. Le disparas a la cara sin piedad la pregunta que puede dolerle o no (no es tu trabajo juzgar eso) y esperas esa respuesta redonda, sencilla, breve y ni siquiera le miras a la cara porque estas anotando el tiempo dónde cortar para editar. Y si no te la da, lo mirarás con la cara de atroz impaciencia que tu jefe de redacción y tu profesor de reporterismo te enseñaron a poner.

El entrevistado se sentirá violento, apabullado, triste y será como un niño al que están regañando por haber hecho algo mal sin entender porqué. Pero tu tiempo es tan limitado como la vida misma. Te marcharás sin más dejándo atrás al niño asustado para más tarde forzar la realidad por el interés de la noticia.

Y esa persona que dejas atrás se siente usada, malinterpretada, vejada y desprovista de cualquier tipo de oportunidad para rehacer su respuesta. Al quedar enmarcada para siempre en un formato que todo el mundo puede ver, leer y escuchar para siempre, se convertirá en una verdad inamovible y nunca más podrá ser desdicha. No importa lo que ese entrevistado haga, diga o piense después. Esa verdad, fruto de una mañana sin café, de un pensamiento mal entendido, de una mente cambiante, esa verdad será la cuerda con la que se cuelgue. Si tratas con personas dedicadas al ente público, éstas saben darte esas frases; no hay dolor, no hay humillación ni abuso. Ellas juegan igual que tu, o peor, porque nada es real. Pero si juegas a eso con personas normales te acabará doliendo el corazón sin que te des cuenta. Y eso con suerte, si es que aún sigue dentro de tu pecho.

No encontrarás a un solo entrevistador, periodista, jornalero o redactor que se sienta culpable por haber causado semejante atropello en la vida de otra persona.

Mi musa, que padece el mismo problema de incontiencia verbal y balbuceantes circunloquios que yo, me lo ha estado dicho esta mañana. Tiene problemas para redondear sus frases, me cuenta, y le horroriza que le malinterpreten. Lo comprendo y le doy la razón. Que reniegue de lo que he sido no quiere decir que no sepa verlo todavía. Y me duele porque me he visto reflejada triste, dolorosa y certeramente en sus palabras.

Porque yo he jugado a ese juego. He forzado la realidad de otras personas y no me ha importado. Era mi trabajo, era lo que debía hacer. Jugué con otras personas por un Punchline. Y jugué fuerte y apostando duro. No había nadie más fiera que yo a la hora de sacar "la frase", llegando incluso a utilizar a esa persona que tenía frente a mi para obtenerla. Rara vez incluso a traición. Una vez, por venganza.

Puede que por eso me acabara doliendo tanto el corazón al final de aquellos días. Literalmente. Tres electrocardiogramas en un mes para poder encontrar finalmente, "la frase" que yo necesitaba.

Y mi musa me lo acaba de tirar a la cara para que acabe aceptando de una puñetera vez que no me fui por cobardía, me fui por humanidad.

Le debo una cerveza. Le odio tanto como le quiero, al muy bastardo.

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