lunes, 24 de agosto de 2009

Tristeza, Jean Seberg

Me encuentro ruborizada en escala de grises. Un tibio perfil se ha asomado a la ventana de mi dispersión de oficinista tuercelineas y he creído reconocer en sus ojos la eterna presencia resplandeciente y serena de una Joan Fontaine, una Grace Kelly, una Audrey Hepburn junto a la silenciosa pena de quien sabes llevó cicatrices en el alma hasta el último día de su vida. Supongo que mi corazoncito se sobresalta por estas sutiles ambiciones en blanco y negro y no por los robustos estímulos cromo-poligonares que no me dicen nada más aparte de que los seres humanos no podrían mascar tanto chicle de golpe.

Este rostro, portado por un ser etéreo de reencarnación a reencarnación, perteneció, allá por los 50, a Jean Seberg, una actriz estadounidense que enamoró al mundo con su cabello a lo garçon, sus hipsticks de pata de gallo y esa aura de francesita replicante a un jovenzuelo Jean Paul Belmondo en el film A bout le Souffle, de Jean-Luc Godard.




Del film, reproduzco la impresión de Joe Marlango, porque... ¿para qué más?


Porque me encanta...
...porque es mítica.
...por Jean Seberg y su camiseta...
...por el grito de ¡¡¡New York Herald Tribune!!!...
...por lo que cuenta...
...por el final...
...por la maravillosa banda sonora...
...porque tiene planos que me fascinan...
...porque hay mucho que aprender de la Nouvelle Vague...
...porque creo que voy a hacerme un ciclo de Godard, Truffaut, Chabrol...
...porque el papel de Jean-Paul Belmondo es genial...
...por su estilo al pasarse el dedo gordo por los labios...
...por París...
...por las escaleras mecánicas...
...por todo eso y más.



Seberg, quien será recordada principalmente por este film -junto a otros como La leyenda de la ciudad sin nombre, con Clint Eastwood, o Lilith, con Warren Beaty-, mantuvo un tortuoso y secreto romance con el director Ricardo Franco, quien plasmó la esencia de aquella relación de amor-odio en el malogrado film Lágrimas Negras.

Todas las chicas querían vestir igual que Seberg, todos los chicos soñaban con que una Seberg pudiera enamorarse de ellos, todas las revistas la querían en sus portadas. La revolución de esta efigie del progresismo, pionera de la imagen hoy sobreexplotada por la cultura pop y mod y la terrible culpabilidad y desdicha por no poder ser madre ni haber podido asimilar la fama hicieron de esta señorita un frágil suspiro de sus desdichas.


Espiada, perseguida y presionada por el FBI por su relación con las Panteras Negras le provocaron mil y una depresiones que se zanjaron cuando, tras siete intentos frustrados y la muerte de su hija recién nacida, consiguió quitarse la vida a base de alcohol y barbitúricos.

Quería hablar del Barón de Munchausen, de Natillas, del guacamole mortífero, de la tercera de XF o de unos amigos míos que andan de roadshow por la India. Pero esta mañana Jean Segard me ha dejado absolutamente prendada de su silencio en blanco y negro.


2 comentarios:

Jailai!