viernes, 13 de agosto de 2010

El porqué de la "Terribilitá". Parte I.



Ante todo, buenas tardes, claro. Educación por encima de todo, que aunque parezca que no, se echa en falta. Igual que otras muchas cosas. Y más, después de tanto tiempo sin pasarme a saludar.

Viendo que no levantaba cabeza durante los últimos meses, me embarqué en todo un "periplo búlgaro": me iba a tomar unas vacaciones recias; si no de cantidad, al menos de calidad. ¿Y qué mejor destino que mi dulce y tranquila Florencia, mi Toscana bendita?

No puedo evitarlo, soy un animal fetichista y Florencia siempre empujó mi persona a un ejercicio interno de paz y cultura, lejos de la bulliciosa y vendida Roma, señorona rancia repintada.
Y una vez fijado el destino, preparé con el más cuidadoso de los primores un viaje en coche que arrancaría de las puertas del Palacio Sforcesco en Milano y terminaría en la imposible ruta de Volterra, en Toscana donde además pasaría varios días paseando por el cerrado al tráfico centro de Firenze y enseñaría a mi novio y compañero todo lo que Florencia puede ofrecer.



Florencia, hace 15 años, en mi primera visita, era una ciudad alejada, discreta en su orgullo y hasta huraña con los extranjeros. La mejor cocina, el mejor gusto por lo clásico y el orgullo de tener, entre otras muchas cosas, la que a mi me parece la escultura más hermosa del mundo, el David de Miguel Ángel. El turismo de a pie iba directamente a los canales venecianos o a la plaza romana de San Pedro.

Poniendo un símil, si Roma adquiere la apariencia de una gran señorona de rancias ínfulas, decrépita y pintarrajeada aunque digna dentro de su propia memoria, Florencia era, por aquel entonces, una doncella culta y refinada, orgullo de su casta y sus pretendientes.

Años después, allá por el 2006, volví a sus tierras y encontré curioso y agradable que hubiera ciertos cambios: Florencia se empezaba a abrir a un público que la visitaba por su patrimonio y algo más. Más restaurantes, igual de caros pero más accesibles al foráneo. Volví a encontrarme cara a cara con David, con Venus y Dante y todo parecía seguir igual. La ciudad, otrora sellada por murallas, tenía un restringido acceso a tráfico rodado: tan solo los vehículos eléctricos podían pasar por sus calles, para que el humo no ensuciara los bellos mármoles ni los palacios vecchios.

Hoy he vuelto. Y no podía imaginarme tan equivocada. Triste, confundida y humillada recojo fuerzas de donde puedo para arrancarme el corazón del pecho y pisarlo delante del fulano que decidió que de la crisis solo podían brotar ideas positivas.

Florencia, esa doncella orgullosa y de buena familia, es hoy una choni poligonera. La ingente cantidad de turistas de medio pelo hacen imposible cualquier tipo de visita, de paseo, de experiencia, de lo que sea. Y diréis ¿y tu qué eras, si no otra turista más? Eso pensé al principio. Pero la diferencia se hacía patente y mi paciencia se fue por el sumidero a cada detalle más escabroso.



La crisis ha creado un nuevo tipo de turismo mucho más barato, más ignorante y mucho más desagradable: la plaza de la Signoria, otrora centro bullicioso de cambios políticos u hogueras de las vanidades ahora se llenaba de señoras desagradables que limpiaban mocos por doquier, señores con bermudas y calcetines que gritaban en holandés (o parecido), hordas de orientales cual cliché y vendedores indios de palitos de luz que lanzaban al cielo para llamar la atención. Nadie entra en el cielo sin ir iluminado, que dijo aquel.

Voy, dolorida, a buscar consuelo a los pies de mi amado David y me encuentro que las recias medidas de seguridad y conservación de pocos años atrás, hoy no se guardan, niños correteando por la galería, señoras niponas tocando los lienzos o niñatas con camisetas de crepúsculo (me temo que hablaré después de esto) disparaban flashes al torso marmóreo de la efigie encendiendo aún más su terribilitá. Miguel Ángel lleva tiempo pidiendo la sangre de los vivos, eso es así.

Viendo que no podía con el dolor de no poder hablar tranquilamente con David me dejé caer (es un decir) por la galería de Uffizi, esperando reconfortarme en ese renacimiento que tanto tiempo llevaba preparado. EPIC FAIL. Después de haber visitado el Louvre y el Prado, por ejemplo, entiendo de la utilidad de las audioguías si no vas preparado. En este aspecto, dichas audioguías eran una ofensa tanto para cada una de las obras que allí se guardan como para el visitante apenas instruido. Debido a las ingentes hordas de visitantes (juro que tenia delante a un equipo de voleibol femenino recién salido de su entrenamiento (¿?), tanto el personal como las guias te obligan a dedicarle apenas tres o cuatro minutos a cada sala, incluyendo la perteneciente a Botticelli. Eso te obliga a dos cosas: salir cuanto antes para dejar sitio a más gente y comprar guias de obras del museo en alguna de las seis salas de souvenir dedicadas al tema. Humillación, pena y tristeza.



Pero lo "mejor" estaba aún por descubrir: Insalati diPomodoro, bodas chinorris y más turismo de todo a cien.

2 comentarios:

  1. Una pena que te rompan tus sueños de vacaciones culturales ideales, bandas de turistas sin respeto.

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  2. ¡Qué espanto! Y yo que estaba pensando en que para recuperarme de tanta ordinariez a mi alrededor tenía que regresar a Florencia... Me has dejado descompuesta, con la misma humillación, pena y tristeza de la que hablas y sin haber pisado esa bendita tierra.

    A ver si asomas la cabeza, reina!
    Mua

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Jailai!