lunes, 24 de marzo de 2014

Ahora




Ahora.

Ahora.

Ya.

Ahora.

¿Sabes ese relámpago, como un rayo de luz, ese dolor, que se cuela por detrás de los ojos, justo delante del cerebro, ese que se parece al que te da cuando sorbes limonada demasiado fría en un día de calor pero que es solo parecido? Ese, ¿justo en el centro de tu cabeza? Ese.

Ahora.

Y ahora.

No sé cuándo empezó. Si alguna vez no estuvo ahí.

Espera... No.

Sigue ahí. Duerme. Por ahora.

No sé qué es. Se retuerce dentro de mi, viento helado, en mi pecho, en mi cabeza, en la punta de mis dedos, arrugados, testigos, destrozados por la guerra. No sé desde cuándo está ahí. Pero sé lo que hace conmigo, lo que hace de mi.

Es como una serpiente de piel suave. Grácil, hermosa, liviana. Una serpiente que se acomodó a mis vísceras y ahí vive. Entre mi hígado y mi olfato. Entre mi pulso y el color de mis ojos. Dices que me cambian de color según mi ánimo. Es ella. Que soy contagiosa, que exploto y me desbordo sobre todo lo que me rodea. Es ella. Que me cambia la voz y las octavas bajan como si del amor se tratara. Como si la más oscura de las simas me hubiera tragado. Es ella también.

Y la siento recorrerme, apenas contenida, divertida y despreocupada, como un pantagruélico turista de todo gratis, avasalladora y sin remordimientos, acabando con todo lo que su suave y liviana piel gracilmente desmenuza a su paso dentro de mi.

No tengo corazón. No tengo ojos. No tengo pensamiento ni voz. Ni la voluntad ni la guerra. Todo es ella. Como esa dolorosa luz que te cruza el cerebro como un rayo cuando sorbes limonada fría en un día de calor.

Eso es ella. Siempre. Y ahora, que duerme, te estoy dejando aquí las que puede sean mis últimas palabras propias, escapando por la punta de mis dedos, arrugados, testigos, destrozados por la guerra.

Ahora.

Aquí viene de nuevo.

Ahora.

miércoles, 19 de marzo de 2014

How Alive Are You?



Anclados a mi espina dorsal, amontonados, se acumulan una plétora de objetos.
Objetos de inspiración y deseo, de terror y odio, de catarsis y admiración, objetos atados para siempre a la estela de mi sendero por medio de pequeños lacitos de formas extravagantes, colores lisérgicos y casi siempre incomprensibles o incoherentes para el ojo no entrenado, incluido el mío propio.
Cosas que encadenan otras cosas sin aparente relación.

Una canción, un color, una voz.
Una hora del día, un viento del sur.
Un libro, un olor, una frase.

"Like a jaguar hiding in a cello"

Como un jaguar escondido, oculto en un violonchelo, chelo, cello.
Una bestia indómita, estilizada y taimada, salvaje e inesperada, escondida -que no encerrada- dentro de una de las formas más deliciosas, serenas y precisas capaz de emitir un sonido profundo, aterciopelado y evocador. Like a jaguar hiding in a cello.

Leer esa frase referida a alguien desconocido, a quien crees poder entrever a través de esa idea, y cuánto fascina intentar entender el porqué de esa elección de palabras. Tanto, que te lleva a pasar toda la mañana imaginando el tipo de personalidad que esa frase puede transmitir, qué pasaba por el corazón del escritor cuando la formuló, qué llegaron a comprender aquellos que la leyeron por primera vez, qué sintieron aquellos que la leyeron por segunda o tercera vez por saberse esquivados, por el rabillo del ojo, por una exquisita verdad oculta a plena vista.

Esa frase se me quedó pegada al alma ayer y mientras meditaba y me dejaba llevar por ella paseaba por las calles, a tiempos entre lluvia y entre brillante luz del mediodía, y yo misma flotaba sobre el pavimento, pegando imágenes, conformando un recuerdo entorno a esa frase, a ese paseo, a esa persona que fue descrita así, a ese escritor, a esos lectores, a ese sol y esa lluvia.

Y así, entre los claroscuros de mi mente perdida, mi imaginación pare un recuerdo que no es tal, porque acaba de surgir de mi propia creación. El recuerdo inventado de un personaje que me habla con la voz de un instrumento de cuerda conformado por siglos de precisión y tradición, de educación y belleza, que al tiempo deja entrever que tiene algo de bestia estilizada y si, desprovista de remordimientos o agenda. Ese nuevo ser, nacido de mi estado de ensoñación, es pura magia. Y me habla de su propia vida, que apenas acaba de empezar, que se forja mientras duermo o mientras estoy aquí sentada, intentando conformarlo a través de mis palabras.

¿Quién es el demiurgo en este caso? ¿El escritor que eligió esas palabras? ¿Llegó éste a entender por completo y en todos sus matices todo lo que esa frase encerraba en sí misma? La persona retratada ¿sabría decir cuánto de si misma contiene esa verdad? ¿Soy yo, acaso, el demiurgo?

Ese personaje, nacido de mi misma, me acompañará desde ahora y para siempre en mi camino.
Y me hablará en susurros, con la voz de un cello, cuando recorra de nuevo algunas de las calles que pegué a su recuerdo, cuando me parezca escuchar el ronroneo de un jaguar o incluso cuando me deslumbre el brillo del sol del mediodía en los charcos de hace media hora.

Y el lazo no será más que una frase de un periódico cualquiera, que un periodista del que nadie sabe dedicó a alguien que nadie recordará jamás. Y eso, amor, no es fácil de explicar.

"Like a jaguar hiding in a cello"



jueves, 13 de marzo de 2014

Comunicación e Incomunicación



Hace diez años exactamente andaba yo copiando contenidos de un libro de informática.
Historia de Internet para lerdos, o algo parecido.
Andaba hasta las cejas, a ciegas y sin red, con mi trabajo de final de carrera.
"Comunicación e Incomunicación. Análisis sociocognitivo de la adaptación a Internet del ciudadano en la Sociedad de la Información". O algo así. Nadie ha podido leérselo del tirón y entenderlo.

Yo solo lanzaba una idea, con apenas un par o dos de autores entre manos: Nicholas Negroponte y su manida y pomposa biblia y Manuel Castells y su trilogía la era de la información y su acercamiento la "Galaxia Internet". Muy recomendables todavía a día de hoy estos últimos, por cierto.

Y todo porque estaba pasando por un desengaño amoroso. Y quise vengarme. Diez años después lo reconozco aquí y ahora. Yo no había tenido acceso a internet hasta que llegué a la universidad. Nunca supe nada del IRC ni casi del messenger. Pero quería culpar a alguien. Y me propuse señalar con el dedo al objeto de mi ignominia por ser del tipo de entes que, por aquel entonces, gozaban de banda ancha y disfrutaban luciendo su palabrería en las madrugadas de aquella protored social.

Esa fue mi excusa. Mi teoría era la siguiente: aquellos que no son capaces de construirse una entidad e identidad firmes y fuertes en su circulo definido por el tiempo y el espacio, en su clan social, pueden construirse una más acorde a sus deseos ocultos por el anonimato y el omnipoder que el espacio virtual ofrece. Era una crítica. Una campaña de Coca Cola de aquellos días me brindó la idea: "Sé quién quieras, consigue lo que quieras". Ya no recuerdo ni qué ofrecía aquella campaña. Pero hacía referencia a ese poder que otorga la red si no eres capaz de "conseguir lo que quieres" siendo quien ya "eres". Y yo quería probar que ese recién nacido universo podía ser un sustituto viciado creado por una personalidad débil. Obviamente estaba muy lejos del actual devenir de los acontecimientos. Facebook no existía. Ni siquiera Fotolog. Twitter acababa de nacer. No había blogs, solo bitácoras. Me abrí una cuenta en todo lo que pude. Mis primeras cuentas de correo estaban en terra, iespana y geocities. Con eso lo digo todo.
Cuando entré en twitter eramos, literalmente, cuatro monos. Me da vértigo acordarme de eso, francamente. Pero yo no estaba a la altura. En aquella época yo estaba muy lejos de alcanzar el nivel de internauta aquel despiadado ente del que quería vengarme o de tantos otros que utilizaban las redes de forma habitual y normal. Solo era un trabajo de final de curso y solo quería mi venganza particular. No me importaba el punto de vista melodramático de mi idea. Pensé que, al tratarse de una universidad católica la mía, de un tribunal de corte conservador y temeroso, tratar de "estigmatizar" el uso de internet me daría puntos. Y así fue. Me importaba poco y confieso que estaba en desacuerdo con mis propias teorías.

Me quedé sin tutor justo al empezar. Para cuando me asignaron otro, ya no podía volverme atrás. Y el tutor que me fue asignado no pudo ayudarme demasiado. Su campo era la política internacional. Solo me corregía el estilo. Me había lanzado sola y de cabeza a algo que no conocía y me agarré a las teorias de la comunicación, la definición de la identidad y a lanzar una cuerda hacia un futuro en el que, según mi teoría, el mismo test utilizado en psicología que mide la adicción a la cocaína podía utilizarse para medir la adicción a internet. No podía ser más apocalíptico ni podía estar menos de acuerdo. A pesar de tener algo de verdad.

Pero no lo sabía. Entonces.
Medio trabajo eran conceptos de informática y sociología regurgitados de otros libros, el otro medio, encuestas y demás basura metodológica. Apenas 40 páginas de 400 eran lo que sustentaba aquella idea. Que no era otra que el nuevo universo virtual donde cada uno podría redefinirse para encontrar un hueco más amable que el que la realidad le había brindado. Mi teoría defendía que, si bien eran los menos, habría quienes no podrían escapar al prisma brillante y prometedor de una realidad alternativa donde podían ser más altos, más guapos y más interesantes. Más y mejor aceptados. Y que ese universo virtual diluiría la personalidad real, necesaria para la integración social dentro de los aspectos sociológicamente entendidos como el espacio -una región, un lugar, una comunidad- y el tiempo -de día o de noche, ayer, hoy, mañana-.

Hoy tengo más cuentas de correo qué dedos de las manos. He perdido la cuenta de cuántos perfiles tengo en cuántas redes sociales, algunas ya extintas, otras recién nacidas, de cuántos blogs han nacido, vivido y muerto bajo mi mano, cuántas personalidades he tenido -afortunadamente, la original, la que dio vida a mi yo virtual sigue ahí, Duckland, por cuestión de sentimentalismo y un guiño a un viejo amigo- y cuántas más puedo llegar a tener. Sigo sin entender el sentido completo de mi propio subtítulo, "analisis sociocognitivo", pero lo de "Comunicación e Incomunicación" viene de mucho más lejos, de cuando, al leer en clase de literatura "El Túnel", de Ernesto Sábato, el profesor me lo lanzó a la cara, junto con el cuchillo que habría de ser usado para cortar el hilo lo que yo había sido hasta ese momento, y entonces nació Duckland. Comunicación e Incomunicación.
En el fondo soy una masoquista. Al final alguien llevará razón; no puedo ser feliz, me aburro con la simplicidad de la felicidad. 

"La vida real no es más que otra ventana, y no necesariamente la mejor" Sherry Turkey, 1994

miércoles, 5 de marzo de 2014

Ejercicio de autoafirmación. Análisis sociocognitivo autoperceptual del individuo conocido bajo los pseudónimos "Duckland" o "Senorita Estropajo" bajo el prisma errático de supervisión ajena.




Me gusta llevar botas con hebillas o cadenas, de tacón grueso, para andar simulando que llevo espuelas.

He hecho, hago y haré lo imposible por los hombres de mi vida, siendo algunos de ellos personajes de ficción. Uno de ellos incluso invención mía.

Amo al Superman de Christopher Reeve. Es uno de mis primeros recuerdos. Una vez me salvó la vida. Nunca contaré cómo, pero es tan cierto como que sigo viva.

A los 16 años sabía lo que era, lo que iba a ser y lo que quería hacer mucho mejor que ahora que tengo el doble de edad.

Odio a los cantautores por la única razón por la que una vez me gustaron.

Odio y amo profundamente. Sin término medio. Pero podría hacer que amaras algo que odias a base de defenderte toda la gama de terminos medios entre el amor y el odio. Soy una excelente abogada del diablo.

Amo con pasión los procesos teóricos de la comunicación humana pero detesto hasta la muerte tener que ponerlos en práctica.

Tomo ansiolíticos desde hace siete años. A veces mezclados con otras sustancias depresoras y/o estimulantes. Nunca se han convertido en una adicción.

Mi cuerpo responde muy bien a los castigos químicos, mi mente responde incluso mejor.

Soy adicta a ciertos vicios mentales que no puedo definir más que como "revelaciones": situaciones donde el tiempo se detiende y el detonante de esta situación me "ilumina".
Una vez pasado ese momento, haré todo lo posible por ver hacia dónde me lleva esa revelación. Siempre me llevan a alguna parte. Cuando estoy inmersa en este proceso de búsqueda me transformo en un monstruo emocionalmente incontrolable pudiendo llegar a ser mortalmente cansina. Y no me daré cuenta.

Aunque nunca he sido diagnosticada más que de asma y ansiedad, tengo razones para pensar que tengo algún tipo de malsana fijación obsesiva, cierta bipolaridad y alguna clase de protoautismo leve. Nunca sé exactamente como reaccionar ante las noticias ajenas y siempre temo que se malinterprete mi exceso o defecto de empatía con hipocresía. Esto no es generalizado, diré a mi favor.

Años de estudio, entrenamiento y cierto talento interpretativo hacen de mi un ejemplar deseable como conversador ilustrado.

Tengo alma de dragqueen, de camionero, de actriz y de espía.

Tengo un hermano ocho años menor que yo y mentalmente más maduro que yo alrededor de unos cientocincuenta años.

Es enfermiza la cantidad de veces que en mi cabeza me imagino viviendo sin la gran mayoría de los seres humanos.

Hago mi propio pan hace varios años. Algunas veces también lo compro.

Mi naturaleza no es la de ser un ser humano, soy un perro. Mi cuerpo y mi mente tienden a hacerme olvidar las nociones básicas que definen a los hombres como la vida en sociedad, el protocolo, los horarios, la organización, el orden o la orientación sexual. Pese a eso, finjo bastante bien.

Podría afirmar que soy pansexual pero actualmente prefiero denominarme como "mentalsexual" (me lo acabo de inventar. "Brainy is Sexy").

Defiendo el derecho a ser asexual. No me cae bien la gente que no respeta las tendencias sexuales de otra persona por el mero hecho de no comprenderlas. Detesto la tendencia actual a sexualizar todo lo existente sobre la faz de la tierra.

Puedo recordar un episodio concreto de los 202 que tiene Expediente X con ver un solo plano. Todavía no me pasa con Sherlock, pese a que esta serie solo tiene 9 episodios.

En mi lista de quehaceres vitales figura abofetear a Chris Carter y a Steven Moffat.

Tengo ciertas manías relacionadas con los espacios llenos de gente. Se ha dicho de mi que se pueden escuchar los engranajes encasquillados de mi cabeza cuando se da esta situación.

Tengo un palacio mental. Actualmente en contrucción. Una de las habitaciones es mi dormitorio de cuando era niña. Y en algún rincón hay un butacón antiguo color vino en el que se sienta un personaje de ficción que suele gastarme bromas macabras sin previo aviso.

Si me dieran la opción de charlar durante una hora con alguien, probablemente pensaría primero en actores y otros miembros de mi corazoncito fandom pero acabaría decántandome por Michio Kaku para hablar sobre mecánica cuántica y la probabilidad de los viajes en el tiempo.

Si pudiera viajar en el tiempo para ver o ser algo en concreto, querría ser uno de los ayudantes de Miguel Angel en la Capilla Sixtina.

He dejado enterrados trozos de mi alma en Quebec, Rio de Janeiro, Florencia, Roma y Wellington. Espero poder volver a recogerlos algún día.

Tengo mongolismo matemático. No he conocido a nadie más malo que yo en cuestión de números. Tampoco he conocido a nadie más despistado. A veces olvido cómo andar o respirar.

Hecho de menos a mis gatos. A Natillas la que más. ¿Qué estará haciendo ahora?
Hecho de menos a los pocos amigos que tengo, incluídos los virtuales. Todos muy lejos de mi ahora. ¿Qué estarán haciéndo ahora?

Suelo escuchar ciertas canciones de forma indefinida para crear un recuerdo permanente entorno a ellas. Así, pasados los años y al volver a escucharlas, recuerdo qué hacía, qué sentía, dónde estaba y porqué necesitaba escucharla una y otra vez. Es pura mnemotecnia.

Tengo la sensación de que ayer escribía mucho mejor que hoy. Esa sensación que se repite día tras día.

Y ya.